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lunes, 21 de febrero de 2011

Cuento: EL MILAGROSO TAITA ISHICO.


Por José Luis Aliaga Pereyra.
A mis padres y hermanos, quienes elogiaron y elogian la sinceridad de mis cartas... A Moisés Rojas y Carlos Aliaga, mis amigos siempre amigos.
A Olindo Aliaga, José Sánchez y Práxides Aliaga, quienes empujaron mi carro, ignoro si fue porque me vieron condiciones...
A Edwin Silas, mi hijo, a quién aburrí con mis lecturas...
Y principalmente a mi pueblo querido, mi Sucre, al que le debo todo
A todos: CON MUCHO AMOR.

PRESENTACION
Refiriéndose al pueblo francés Romain Rolland dice: "No escribió ninguna Odisea, pero vivió una docena de ellas". Acaso no podemos decir lo mismo de Sucre, sus héroes son mejores que sus poetas.
Carátula.

El Milagroso Taita Ishico; cuento repartido en cinco títulos, nos recrea con deleite, tiene sabor a miel. De cada una de sus partes emana una fuerza extraña que tiene su origen en el espíritu de su autor, quién lo narra sin artificios, ni afectismos; sólo aflora su sed de autodidacta empecinando en mostrar, circunscrito al ambiente religioso, la vida y problemas de nuestra compleja realidad, cruenta a veces, pero siempre deslumbrante.

El motivo principal gira en torno a San Isidro Labrador, cuya fiesta santoral es el 15 de mayo; el escenario es Sucre, pueblo con profunda veta católica y el personaje central el ama de llaves de la iglesia una señora perteneciente a lo que podríamos llamar la alta sociedad sucrense.

La trama y motivación del cuento se mantienen vivas; desde "La Escapada del Taita Ishico", hasta "La Fiesta".

El cuento satiriza y llama la atención a un pueblo creyente que se pasa la vida fisgoneando. Así se nota como en una radiografía, cuando dice:

"El juicio se había iniciado y la estrecha calle Simón Bolívar, bullía colmada de curiosos; niños, jóvenes y adultos se habían dado cita y esperaban el resultado".

Las preocupaciones de Doña Bondad por la fiesta, no son sino sahumerios para mantener viva la llama votiva del pueblo, que se está dando cuenta de la inutilidad de quemar dinero traducido en pólvora.

La imaginación del autor se presenta muy aguda en toda la descripción del relato; sobre todo en el manejo del personaje don Ishico que lo encontramos, ora conversando con su similar San Antonio de Pencas, ora haciendo de testigo ante el juez mofletudo, ora escogiendo los toros para la fiesta. San Isidro también se escapó por los dominios de don Alejandro, todo esto es lo que sugiere el cuento, escrito en cinco partes, con algunas pinceladas de la realidad monda y lironda.
Alolin.

I- LA ESCAPADA DEL TAITA ISHICO.
Eran las tres de la mañana y doña Bondad no podía dormir; daba vueltas y más vueltas, haciendo crujir su cama estilo virreinal. Se encontraba inquieta. Algo le impedía conciliar el sueño. Era como si alguien la estaría llamando; como si alguien la estaría necesitando y estuviera esperándola con la seguridad de que acudiría a su llamado. De pronto su mente se llenó de interrogantes, preguntas a las cuales no podía dar respuestas. ¿Quién podría necesitarla a ésas horas de la madrugada? ¿De dónde podrían venir ésas llamadas que las sentía fuertes y hasta desesperadas? Cada instante que pasaba, su preocupación aumentaba, ahora parecía como si la tomasen de la mano y le dijesen: ¡Bondad ven, vámonos, acompáñame! Y fue en esos momentos en que ya no aguantó más. Se vistió y abrigó rápidamente, envolviéndose con un pañolón grueso de color negro disponiéndose a salir.

Doña Bondad era la encargada de la iglesia, por falta de párroco, y sus pasos la llevaron hasta allá. Ayudada con una linterna de mano, por carecer de energía eléctrica el pueblo, abrió el portón de ingreso, como si estaría segura de que allí obtendría la solución a su inesperado insomnio, y se dirigió al altar del negro Ishico. Vaya sorpresa: ¡El altar estaba vacío! No podía creerlo. ¡Ella misma había cerrado con llave la iglesia y esa misma noche había cambiado de traje al milagroso sembrador de espigas! ¿Cómo podía estar su altar vacío? ¿A quién se le ocurriría robar al Taita? Buscó las cosas de valor y que podrían ser objeto de hurto; y todo absolutamente todo se encontraba en su lugar, tal y como, ella, lo había dejado. Era imposible que fuesen ladrones sacrílegos. Tampoco podría ser gente poseída por el demonio, por que todo estaba en riguroso orden.

Luego de rezar, por un momento, continuó indagando; tratando en lo posible, de hallar un indicio y obtener la buscada respuesta. Así pasaron largos minutos, y de repente, para aumentar, ¡aún más!, su sorpresa, se detuvo ante las huellas de unos zapatitos bastantes conocidos por ella... Sí; las huellas bajaban del altar, y para colmo llegaban hasta la puerta de la iglesia. No podía salir de su asombro ¿Qué dirían en el pueblo si acudiría al señor Alcalde e indicaría los hechos? ¿Qué opinarían los vecinos si, por lo menos denunciaría a la policía la pérdida de don Ishico? Y peor aún; ¿Cómo la calificarían si les dijera que, ella, sospechaba que el agricultor milagroso había bajado y que, por sus propios medios se había retirado de la iglesia? ¿Acaso no la tildarían de loca? ¿Acaso no se reiría el pueblo entero de ella?

Nuevamente se arrodilló y rezó, un tanto resignada. , ¿Qué podía hacer? ¿Es que el Taita la necesitaba? ¿Cuánto tiempo podía durar la escapada de don Ishico? ¿Y cuántos días podría ocultar su desaparición? ¿Acaso estaba interrumpiendo su regreso? ¿O qué estaba ocurriendo con el Taita? Todas estas preguntas, pasaron en cuestión de segundos por su preocupado cerebro. Al fin, se decidió, ir a buscarlo por todo el pueblo. Pero: ¿Por dónde empezar? Pensó en algún enfermo grave o en la gente humilde. Quizás el Taita, compadecido, haya bajado del altar para dedicarse, por la noche, a realizar milagros y curaciones. O simplemente quería salir de la iglesia en una fecha que no sea la del mes de mayo. ¿Qué le diría al vecino al tocar su puerta? ¿No está don Ishico en tu casa? ¿No has visto al Taita? ¡No lo encuentro en la iglesia! Conforme imaginaba sus preguntas; también desechaba sus ideas e intenciones y estuvo caminando por todas las calles del pueblo. Quizás se dijo, ya fue descubierto y se haya armado un alboroto. ¡Pero nada! Cansada ya; por Minopampa, se dirigió al Oratorio; y se acordó que por allí, la última procesión de mayo, la vaca brava casi lo desgracia y el pobre se salvó de milagro; sus fieles y cargadores lo dejaron solo y el animal salvaje pasó por su lado sin ni siquiera mirarlo. Al continuar buscando; observó una lucecita en la capilla del Gringo de Pencas, y allá se encaminó cautelosa, para no ser descubierta. Por suerte, no había un alma, ni por las calles, ni por el campo. Haciendo un círculo por el frente de la nueva plaza de toros, bordeando una especie de sequia grande, se acercó de puntillas por la parte posterior; llegando a la puerta principal. Casi se desmaya, al ver lo que sus ojos se negaban a creer: Don Ishico y el Gringo de Pencas se hallaban sentados, uno frente al otro, y dialogaban como dos buenos amigos. Doña Bondad afinó los oídos, para poder escuchar lo que decían:

-        -   Tú debes solucionar eso Ishico- le indicaba el Zarco - tú tienes muchos fieles y tu fiesta se llena en el mes de mayo; todas las generaciones te visitan y llegan desde muy lejos todos los años.

-         -  No Zarquito - reprochaba don Ishico- no juzgues por la cantidad de gente. Piensa, que de los muchos que llegan, pocos son los que ingresan a la iglesia; luego, saca tu cuenta, de los que ingresan a la iglesia, contados son los que lo hacen con fe y con desprendimiento; tú no te imaginas, amigo, que hay personas que ni en el momento en que elevan sus oraciones, dejan de ser mezquinos y me piden favores, que me siento tentado de rechazarlos. Hasta los regalos que me hacen, algunos lo dan como si me estarían pagando, para que luego, les devuelva con algún milagro.

-        -  Un momento mi querido Ishico-interrumpió el Zarco de Pencas -no olvidemos que nosotros somos los milagrosos y que ellos son débiles humanos y más puede el placer, la vanidad, el egoísmo; siendo muy pocos los que sacrifican su vida para con los demás. Quizás necesiten de algún escarmiento- terminó reflexivo.

-          - Tú me estás dando la razón hermano; y no hay que fiarse mucho de las fiestas y regalos. Hay que ingresar en el corazón de aquellos que, aunque pocos, luchan porque éste mundo terrenal cambie y sean todos bienvenidos en el paraíso. Hay que ingresar y darles toda la fuerza espiritual que necesiten.

-        -   Aunque mi función es la misma - explica el Gringo- las personas acuden a mí, por lo general, para amancebarse y no creas Ishico, hay muchas pecadoras y todas me piden lo mismo: novios ricos; hasta hay de las que tienen su novio rico y su novio pobre, por si acaso; y cuando se acercan a mi capilla, no pueden decidirse con quién ir y se confunden en rezos y ruegos, que me hacen sentir como tú. Comprendo las ganas que tienes de decirles su verdad y, a veces, hasta su futuro.
 -           
Doña Bondad estupefacta, al escuchar la conversación de los milagrosos, no quiso inmiscuirse más en ello, retornando complacida a su casa.

El puntual kikirikí del ajiseco, desde su gallinero, despertó sobresaltada a doña Bondad; quién luego de recorrer con la mirada, las paredes blancas de su cuarto, se preocupó en comprobar si todo era fruto de un fantástico sueño. Se calzó las importadas pantuflas de cuero, y sus pies la condujeron mecánicamente hacia un viejo y grande baúl forrado, en su interior, con papel decorativo antiguo, al cual abrió lentamente: Doblado, junto a dos frazadas de algodón y con olor a naftalina, se encontraba el pañolón negro, sin señal de haber sido usado aquella agitada noche. Doña Bondad colocóse de rodillas, y cubriéndose con el pañolón el rostro, suspiró profundamente, pronunciando el nombre de don Ishico El Labrador Milagroso.

II.- EL JUICIO.
La noticia alborotó al pueblo y a sus autoridades; quienes prometieron denunciar a la causante del escándalo, dijeron que le retirarían su confianza y que las llaves del convento pasarían a otras manos.

Todo sucedió como lo anunciaron: El Juez de Paz, cursó un oficio al Comandante de Puesto; y al término de la distancia, condujeron a doña Bondad a su despacho. Fue el guardia Rudas, el encargado de cumplir la orden.

Doña Bondad, lo supo, por labios del benemérito, y es que los chismes son así; pasan de boca en boca y como en las sacadas de vuelta, el marido es el último en enterarse.

El Juez y el señor Alcalde, habían intercambiado palabras al cruzarse por la Plaza de Armas. Luego; el primero, bajó apurado a su despacho, y como siempre, abrió su oficina silbando, para después tararear la misma canción; mientras con el plumero, limpiaba las dos apolilladas bancas, que con el polvo, daban trabajo al asearlas. El Juez, esperaba este caso con mucho interés, ya que los denunciantes eran las propias autoridades, y el cargo: "ATENTAR CONTRA LA FE DEL PUEBLO" era, contra la señora más querida y respetada del lugar.

El guardia Rudas, un tipo aparentemente correcto, había aceptado las condiciones de doña Bondad y caminó detrás, como a cincuenta metros de ella, para que así, nadie sospechara de qué iba detenida. La señora, ignoraba que el pueblo entero cuchicheaba a sus espaldas; y que, disimuladamente, se reunía por las inmediaciones, de aquella oficina en cuyas paredes de adobe, colgaba un antiguo escudo patrio de latón pintado; en donde se podía leer claramente: "JUZGADO DE PAZ DE PRIMERA NOMINACION - SUCRE". Y allí ingresó, la encargada de la iglesia con la cabeza erguida y con la conciencia limpia.

-          - ¿Jura decir la verdad y nada más que la verdad? - preguntó el Juez en ceremonioso tono.

-        -   ¡Sí juro! - respondió doña Bondad, quién no comprendía el porqué del juramento. Ella jamás había mentido y no necesitaba jurar, para decir la verdad. Pero así es la justicia de los hombres, pensó en voz alta.

El juicio se había iniciado y la estrecha calle Simón Bolívar, bullía colmada de curiosos: niños, jóvenes y ancianos se habían dado cita y esperaban el resultado. La mayoría de ellos, resentidos, porque doña Bondad, aseguraban, mentía al afirmar que había visto al Taita Ishico y al Gringo de Pencas dialogar a alta3 horas de la madrugada.

-        -   ¡Nosotros tenemos la prueba y no se podrá Ud. negar!- dijo el Juez malhumorado, mostrando un pequeño folletín blanco, que había circulado por todo el pueblo; y que, llevaba un título con letras mayúsculas: "LA ESCAPADA DEL TAITA ISHICO".

-          - Yo, no lo niego señor Juez, y ese folletín fue escrito por un vecino a quién conté lo sucedido.

-        -   ¿Y cómo es posible que nadie la haya visto? - el Juez habló casi gritando - ¿Usted recorrió todas las calles del pueblo y piensa que voy a creer que nadie se percató de ello?

-       -    Así es señor Juez; suena raro, pero no había un alma, ni por las calles, ni por el campo.

-         -  ¡Es imposible, tiene que haber algún testigo!

-         -  No señor Juez; no tengo ningún testigo.

- ¡Entonces, es usted una mentirosa y además una cínica!- el Juez se puso de pie como impulsado por un resorte, y agitando los brazos, señaló una y otra vez a la señora; acusándola directamente.

En la calle; se escuchaba el griterío de la gente, y en el juzgado, el Juez, disponíase a dictar sentencia.

De pronto; sin que nadie lo notara, se presentó un campesino, vestido de poncho largo y de un sombrero grande, que cubría la mitad de su rostro.

-         -  Señor Juez; soy el testigo que anda buscando, y puedo afirmar que la señora dice la verdad y por lo tanto no miente.

- ¿Y quién es usted? ¿Cómo se llama? - encaró el Juez arrugando la frente.

-          - Eso no importa señor Juez, soy una persona como todos ustedes; pero principalmente, soy el testigo de la señora Bondad.

-      -    Pero; ¿De dónde salió usted? ¿Dónde vive? ¿Y a qué se dedica?

-          - Señor Juez, como le repito, eso no importa; lo importante es que vi a la señora Bondad, deambulando por las calles del pueblo, y como todos la conocen, me causó sorpresa verla caminar a ésas horas; fue por ése motivo, que a escondidas, la comencé a seguir, llegando hasta la Capilla del Zarco de Pencas, observando lo que todos ya conocen.

El Juez incómodo, salió hasta la puerta de su despacho y trató de explicar, a la multitud que aguardaba:

-          - Señores - les dijo - se ha presentado un testigo; quién manifiesta haber visto, todo lo que ya conocemos.

Las personas, un tanto inconformes, gritaron con los brazos en alto:

-         -  ¡Es mentira!

-        -   ¡Seguro que le ha pagado!

-         -  ¡Es un farsante!

El campesino, al escuchar los insultos, se colocó al costado del Juez de Paz y descubriese el poncho, junto con el sombrero grande.

La muchedumbre, enmudeció de repente.

Al descubrirse, el campesino, el sombrero y el poncho largo; se pudo apreciar la carita y el vestido de color guinda y terciopelo adornado, del Taita Ishico, el labrador milagroso.

Fueron tan solo dos o tres segundos y, explotando, desapareció la imagen; igual que una burbuja de aire, al ser rosada por cuerpo extraño.

-          - ¡Era el Taita, era el Taita!

-        -   ¡Yo lo vi, yo lo vi! ¡¡Todos lo vimos!

-          - ¡Vámonos a la iglesia! ¡Corramos a la iglesia!

Efectivamente; la multitud corrió con dirección a la iglesia y doña Bondad, a la cabeza, abrió apresuradamente la puerta.

Todos se apretujaron, bajo el altar del anciano milagroso; que allí se encontraba con sus pequeños ojitos, con sus bracitos extendidos y su vestido de terciopelo adornado, con bordes de color amarillo, como la espiga del trigo.

III.- DOÑA BONDAD.
Contracarátula.
E1 agua la sentía tibia; por lo que se lavó la cara con toda tranquilidad. A veces amanecía calurosa y se refrescaba, o mejor dicho, se enfriaba el rostro con el agua helada que corría por el caño. Esta vez, doña Bondad, al levantarse, prefirió recoger, en su depósito de porcelana con bordes pintados de azul oscuro, un poco de agua, que la dejó calentar, bajo los rayos que el astro rey, ofrecía desde muy temprano. De lunes a sábados no celebraban misas en el pueblo, y la señora podía esperar tranquilamente y sumergir el rostro, en el agua transparente y cristalina. En los días fríos, le ayudaban a entibiar el agua, el querosene y su cocina de tres hornillas, de la cual nunca se había quejado. Al terminar de asearse, pensó, tenía que iniciar la tarea diaria; primero el desayuno, luego las compras para el almuerzo y después la iglesia con sus sacristía, su púlpito y sus milagrosos; principalmente el Taita, el del altar mayor; el que, junto con el resto permanecía impávido, aguardando el cambio en la conciencia de su gente. Porque no podía ser de otra manera; la gente tenía que cambiar tarde o temprano, con golpes o sin ellos; el Taita lo sabía; pero esperaba tieso, inmóvil, como si no pensara; como si no se preocu­para. Doña Bondad peinaba su cabello negro y ondulado, y se inclinaba, a la derecha e izquierda, dulcemente. Todo tenía que cambiar; para eso estaban ellos; a ella se lo habían dicho, en sus sueños, indirectamente, las dos noches; el primero, la conversación de los Taitas; el segundo, la aparición del Taita Patrono, en el juicio frente al pueblo. Todo se lo habían dicho y estaba claro como el agua cristalina. ¿Será como en las sagradas escrituras? ¿Será como en la aparición del ángel a María? Es verdad y ahora lo comprendía: ¡El Taita se presentaba en sus sueños y le pedía algo! ¡Sus sueños eran revelaciones! La señora se miró al espejo y al ver su carita blanca, sin arrugas, se sintió más joven de lo que era. Terminó de peinarse y se arregló la cintura, introduciendo su blusa negra, dentro de la falda del mismo color; luego, se dirigió a la cocina, a prepararse el desayuno, que se le hacía tarde.

Su casa, parecía inclinada y aferrada al cerro Huishquimuna; las puertas eran verdes, como la grama que cubría la parte alta de la calle Piura, donde los chanchos hocicaban libres, el cimiento del corralón de tapial, que quedaba al frente. Doña Bondad cerró el portón y caminó respondiendo el saludo, de todos los que la encontraban en su trayecto a la iglesia. Eran las once de la mañana del día lunes, las campanas no repicaban y la señora ingresó solita, para rezar callada y pedir al Taita, que ilumine la mente y el corazón de aquellos a quienes la vida sonríe. Al final de sus rezos, caminó al municipio, observando a dos niños descalzos que jugaban bolitas, en la plaza de Armas.

El Alcalde, rara vez recibía visitas y la de doña Bondad, le pareció, aún más rara.

-          - Buenos días señora, ¿a qué milagro debo su visita?

-          - Buenos días señor Alcalde; ya que Ud. lo menciona, mi visita se debe, justamente a eso, a un milagro.

-        -   Usted dirá señora; estoy para servirla.

La señora, después de sentarse frente al escritorio del Alcalde, le explicó, que se encontraba muy preocupada, por que se había enterado de que la fiesta del Taita patrono, ése año, no contaría con el espectáculo que atraía multitudes. La corrida de toros.

-        -   Me parece extraño señora, que usted, se preocupe por la corrida de toros - dijo el Alcalde.

-         -  Eso es lo que parece, señor Alcalde pero conociendo de su fe; de la fe del pueblo y de lo milagroso que es nuestro Taita; me siento en la obligación de confiarle algo muy delicado y que se relaciona con lo antes dicho.

-       -    Me intriga usted señora; pero siga por favor.

-         -  Señor Alcalde; sucede que las dos últimas noches...

Doña Bondad; narró con lujo de detalles, todo lo que había soñado y las conclusiones a las que había llegado; luego continuó diciendo:

-          - El Taita no es contrario a las fiestas, pero quiere que todos los que acudan a ellas, lo hagan con fe y desprendimiento; además, desea, que el producto de toda actividad a realizarse en mayo, deba, de alguna manera, llegar al pueblo; especialmente lo que se recaude en la corrida de toros, donde chaques, barreras y palcos se llenan de bote a bote.

-       -    Comprendo su preocupación señora, pero el concejo no tiene los fondos necesarios para organizar la fiesta brava; tampoco los paisanos se encuentran en posibilidades de financiarla, los sueldos están por los suelos, no hay trabajo y lo que es peor ¡los toros cuestan un ojo de la cara!

-         -  Señor Alcalde; usted es una persona optimista y emprendedora, llame a un cabildo abierto y que se nombre una comisión para que recorra la comarca en busca de apoyo; y en especial que molesten a don Alejandro, el hacendado que tiene los toros más hermosos y bravos del lugar.

-         -  Parece que usted señora, olvida que el pueblo le pagó muy mal a don Alejo, en las últimas elecciones.

-         -  El Taita es muy poderoso, señor Alcalde, ya lo hará entender a su manera.

La conversación fue más larga de lo que la señora había pensado; pero, se retiró contenta. Esa noche, el pueblo, se reunió en cabildo abierto y nombraron al Juez de Paz, al Alcalde y al Gobernador para que recorrieran la comarca. Y fue así, como las tres autoridades, llegaron a tocar las puertas del hombre más rico de la zona.

IV.- DON ALEJANDRO.
-          Siéntese como en su casa señores; es un honor para mí atenderlos - dijo el hacendado, señalando los cómodos sillones de su sala.

Las autoridades, no se sintieron como en su casa; la diferencia era enorme, y no podían compararla ni con la mejor casa del pueblo.

Don Alejandro era como el granito; duro e impenetrable. Pero el Alcalde, se consideraba un hombre hábil; contó paso por paso, los sueños y revelaciones de la guardiana de la iglesia e indicó también de la coincidencia de todo, con la pobreza del pueblo. Hizo lo imposible por ingresar a esa parte que todo humano guarda, en lo más profundo de su ser: Su lado bueno.

-       -    Amigos; yo soy un hombre de realidades, y el paraíso lo construye uno mismo, con su esfuerzo; no me vengan con cuentos, ni con milagros y revelaciones. sepan sí, que respeto a la señora Bondad, la conozco, pero, ella, vive rodeada de imágenes de madera y seguramente, anda imaginando cosas y sus deseos son tan grandes e insatisfechos, que termina soñando con ángeles que bajan del cielo. Yo creo en realidades y la realidad es que un bravo cuesta cuatro mil soles y no se hable más - terminó don Alejandro, que al parecer, no olvidaba que el pueblo le había dado la espalda a su candidatura como diputado por la provincia.

Al atardecer del mismo día; resignados y tristes, llegaron al pueblo, las tres autoridades. Mientras, en la hacienda, don Alejandro, montaba un brioso corcel bayo y llegaba hasta donde los toros mugían y pastaban a sus anchas. El paisaje hacía brillar los ojos del orgulloso hacendado; pero a los pocos minutos, don Alejo picó espuelas y se acercó aún más, al ver que los bravos se apretaban unos contra otros. Había allí, algo que no cuadraba.

-         -  ¡Oiga!. ¿Qué hace metido entre los toros? ¡Son bravos y lo pueden matar!

Un anciano de corta barbita blanca; se hallaba en medio de los toros y caminaba tranquilamente.

-        -   ¿Qué hace usted, acaso no me escucha? - gritó don Alejandro con el látigo en la mano.

-         -  Señor; es que estoy separando, los bravos de los mansos, para que vayan a la fiesta y diviertan a todo el pueblo - contestó con voz clara y serena el insignificante hombrecito.

El hacendado al oír éstas palabras quedó pasmado. Y antes que saliera de su asombro; el anciano se esfumó como por encanto. ¡Era idéntico al Taita, el milagroso del pueblo!

V.- LA FIESTA.
Cohetes y bombardas sacaban de la monotonía al pueblo. Niños y adolescentes vivían experiencias mil; mientras, en recuerdos, navegaban jóvenes y hasta pícaros ancianos. La fiesta patronal se iniciaba y reinaba un ambiente de recogimiento y de alegría. En la iglesia, doña Bondad, oraba junto al pueblo, en la primera novena de mayo.

Los encuentros de paisanos y amigos no se hacían esperar; aunque a veces no faltaban los incrédulos, a quienes el Taita Ishico ponía en su lugar:

-        -   ¡Esta fiesta es puro despilfarro, castillos y más castillos convertidos en cenizas! - comentaban algunos descontentos.

No terminaba el comentario del disconforme y de repente un cohete explotaba, ya sea cerca de él, rompiéndole el sombrero, o en todo caso, volándole un dedo. El pecador sufría, y hasta con apodo quedaba marcado; había como ejemplo, por el pueblo bautizado, un tal pata de palo, a quién una gran piedra castigó su osadía.

Pero al fin, el jolgorio contagiaba y aunque sea dando vueltas en la plaza, todos daban testimonio de su fe y de su apoyo.

Vísperas y alba. Procesión del Taita, el pueblo agradecía y con broche de oro, llegaba la corrida. Ese año, a precio regalado, seis hermosos toros bravos y como obsequio, una vaca de la hacienda de un hombre que su vida convertía:

¡Oh glorioso Taita Ishico,
lleva mi alma contigo;
dale a éste triste rico,
la alegría del mendigo!

 Pasadas las festividades: un domingo después de la misa, doña Bondad agradecida sonreía, bajo un letrero municipal que decía:

Primero de junio del presente año:

  1. A las 07.00 a.m. trabajo comunal en la pampa "El Común" y en el fundo "El Sauco".
  2. A las 05.00 p.m. inauguración del primer comedor popular del distrito.
ASISTENCIA OBLIGATORIA

CARÁTULA:
Procesión del Patrón San Isidro Labrador, en los precisos momentos en que sale de la Iglesia.
El Patrón San Isidro Labrador, en hombros de sus fieles y devotos. Capilla de San Antonio de Pencas.
CONTRA CARÁTULA:
Hermoso paisaje, tomado desde la carretera "LA MISIONERA", ingresando a la mano izquierda, antes de llegar al puente del río "EL VERDE".

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